Se había estado embadurnado todo el cuerpo de aceite de coco. Sin prisa, como hacía cada día que quería sorprenderle. Había tardado segundo y medio en elegir ese aceite, ese olor, ese frasco. Porque era su preferido.
La liturgia, el ritmo, los rincones elegidos… eran los habituales, sin mayores licencias a la improvisación. Empezando por los hombros, siempre de arriba abajo. Brazos, pecho, estómago, lo que podía de espalda, muslos, pantorrillas, pies, terminando siempre por las manos. Mirada relámpago al espejo. La piel reluciente, chorreante, para otros ojos irresistible. Más dulce que de costumbre. Deliciosamente pringosa.
No más de cinco minutos. Era rápida y además, el timbre podía sonar en cualquier momento.
Un poco más tardó en elegir la ropa interior. Negra. No, mejor blanca. Roja tal vez. De encaje. No, mejor totalmente transparente. De rejilla, esa siempre le gustó. Cambio a última hora: esa de niña buena que tan buenos recuerdos le traía.
La cena a punto. De fácil elaboración pero muy pensada. Esto sí. Los sabores más deliciosos, las combinaciones siempre sorprendentes con las que ella le esperaba, su osadía hasta en la cocina, solía recordarle él. El vino, abundante. De un rojo vestido de magia. Las copas relucientes. Esperando su propia orgía que no tardaría en llegar.
No era la primera cita y sabía que no sería la última. Porque lo que vivían en aquel universo de sentidos era lo más parecido al paraíso. No necesitaban nada más. Les bastaba con mirarse, sonreírse, besarse primero, luego devorarse. En aquellos treinta metros cuadrados tenían todo lo que necesitaban para ser felices. Palabras seleccionadas para decirse al oído, brotando del alma, rubricando un deseo aplazado al segundo posterior. Caricias de esas que ponen el alma en vilo, si es que el alma permanece despierta en los momentos en los que la pasión gana.
Nunca me cansaré de noches como ésta, solía decir él mientras miraba con descaro esa piel tan llena de matices a la cual se acercaba cada vez más para respirar lo que él pensaba que era fragancia de vainilla.
Tardaba más de lo normal. Impaciente, ella se colocó el reloj de muñeca que tenía guardado en el cajón porque no le gustaba usarlo. Decía que no le hacía falta ponerse un reloj para llegar puntual a todos sus compromisos. Pero esta vez lo hizo.
Se lo puso y se lo quitó otras catorce veces. Una por cada cinco minutos de retraso.
Se sentó a esperarle. Se levantó casi cuarenta veces. Se miró al espejo, se entretuvo como pudo sabiendo que nada le haría entretenerse. Miró de reojo a su teléfono móvil al que había subido el volumen del timbre para escucharlo desde cualquier lado de su casa, sabiendo que desde todos los sitios de aquella casa se escuchaba incluso con el volumen al mínimo.
Se quitó el brillo de labios de tanto mordérselos. Se lo volvió a poner. Se los volvió a morder.
La cena fría. El vino caliente. La piel pringosa que antes era de lujuria, ahora lo era de ridículo. El poder del tiempo, que todo lo transforma, todo lo cambia. Todo.
Sólo hubo un sms. Fue dos semanas después.
Se me hizo tarde.
¿Nos vemos mañana?
domingo, febrero 24, 2008
Con retraso
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16 comentarios:
Preciosa historia .. de las que a mi me gustan .. de Ciencia Ficcion
Porque habria que ser muy gilipollas para dejar pasar una oprtunidad como esa
Besos pringosos
Espero que ella dijera que no, después de responderle: Nada, no le respondió nada; aunque se quedó con ganas de mandarlo a la mierda.
Y seguro que después le dijo que sí...
Si hubiera sido así - a fe que no lo deseo... - sinceramente, te hubiesen quitado un problema de encima. Pero cuando estas ocurren, generalmente, el mensaje llega demasiado pronto y demasiado dulce... y quizá volveríamos a quedar.
a veces ...pasan estás cosas...besos.
Ufff!!! Diría que probablemente él no era tan gilipollas como sugiere kamelas. Si lo hizo es porque sabía que, primero, ella no era una prioridad para él y dos, porque sabía que ella le permitiría hacerlo (de hecho seguro que no era la primera vez que pasaba algo así).
Enamorarse implica este tipo de riesgos. Siempre hay alguien que se enamora más o incluso diría que es el único (o la única) en enamorarse. Cuando esto pasa, todo lo que a partir de ahí ocurra, depende de lo buena persona/cabronazo (o cabronaza) sin remedio que sea el "menos" enamorado.
Si no te respetas a ti misma, jamas te respetaran los demas. ¿cuantos mas resbalones aceitosos estas dispuesta a soportar?
Abre los ojos de una vez.
Muchas gracias por los consejos, anónimo.
Pero afortunadamente ésta no es mi historia. Deberías saber que no todo lo que escribo es, ni mucho menos, autobiográfico.
Tengo la suerte de contar con el respeto ajeno y lo que es más importante, con el mío propio. No podría vivir de otra manera. Aunque eso no quiera decir que esté a salvo de los resbalones aceitosos... y espero que aún me queden algunos por vivir. Eso es señal de que estoy viva.
Me sorprende que alguien me alerte de la aperturta de mis ojos desde el anonimato. Quizá deberías ofrecerme más datos. Hay que saber de dónde vienen los consejos para decidir si hacerlos caso o no.
Por eso te pido que los abramos los dos. Es lo justo, ¿no te parece?
Una historia preciosa. Y si fuera autobiográfica tampoco es como para avergonzarse. El capullo en este caso es el señor que se pierde la fiestecita, no?
también puede ser el que siempre quiso estar allí... y no lo consiguió.
Estoy esperando la segunda parte para ver qué pasó al día siguiente del SMS. Venganza, sumisión, pingüino....
Pues tendré que inventármelo, 33+3.
;-)
Es raro no ver venir algo así e ilusionarse tanto con alguien tan poco considerado. Aunque hay casos, claro.
Besos
JOder, si que se le hizo tarde...
Mira que me olia algo, es que eso del coco... :-S
Él se lo perdió.
Y ella, en el fondo, tuvo suerte.
A esos hombres les basta una muñeca.
Besos
Demasiado cruel... demasiado real.
NO SE, NO SE
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